Saturday, July 28, 2007

Desde mi trinchera liberal: El cierre de Ercros


El anuncio de cierre de la empresa Ercros en Monzón es sin duda una mala noticia, dramática en sus consecuencias para los miles de familias que van a verse afectadas.



En parte, sus efectos serán suavizados por los sistemas de cobertura social existentes, propios de las sociedades más avanzadas.



Podemos estar de acuerdo en que el cierre de una empresa siempre tiene una dimensión negativa. Con todo, debemos encontrar el legítimo y necesario equilibrio en salvaguardar los derechos de los trabajadores de mantener sus puestos laborales, y el de los empresarios a tomar decisiones, aunque sean duras, por mantener la rentabilidad de sus negocios. A veces, esto conlleva, necesariamente, el cierre de empresas. Los intentos sistemáticos y generalizados de criminalizar al empresario por estas decisiones son reflejos, cada vez más tenues, de una teoría que se basó en la dialéctica de la lucha de clases. Nada bueno trajo esta teoría, y su mejor destino sería la absoluta desaparición.



Por una tendencia algo desgraciada del ser humano, tendemos a protestar más que a agradecer. Cuando una empresa cierra, se suceden habitualmente manifestaciones de protesta. Nunca he visto yo, en contraste, una manifestación de agradecimiento porque un empresario haya decidido instalar su empresa en tal o cual ciudad, en esta o aquella comarca. Ambas deberían ser innecesarias. Menos calle y más madurez institucional.



Lo propio de un empresario es crear riqueza de la que todos nos beneficiamos. Pero eso no convierte a las empresas en sucursales de Caritas. Cuando ponen en marcha su empresa, nadie les debería exigir un cheque de permanencia. Es cierto que hay que empresarios que tienen una calculadora en vez de corazón. Como dice en una entrevista publicada hoy Jordi Canals, máximo responsable del IESE, los empresarios necesitan un master de humanismo. La clave está ahí. El humanismo es el rayo de sol que calienta el universo frío de los números. Sin humanismo, sólo queda el capitalismo salvaje. Una enfermedad de nuestra época que necesita urgente curación

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